"Se espantan los peces", de editorial Hojas del Sur, es el nuevo libro de Matías de Rioja en el que un psicólogo lleva adelante, como puede, su vida profesional y su vida personal. La amistad, la muerte, los recuerdos de la infancia, el amor y la depresión son parte de esta trama por momentos angustiante y por momentos hilarante. Una novela con temas pesados que se lee de un tirón.
Por Dante Galdona
El escritor y psicólogo Matías de Rioja, nacido en 1981 en Cipolletti, Río Negro, acaba de publicar Se espantan los peces (Editorial Hojas del Sur), una novela que narra la vida de un psicólogo atrapado en un constante no poder. Como un autómata, su vida transcurre entre el trabajo y una vida personal que se le viene encima y de la que parece no darse por enterado. En esta charla con LA CAPITAL, el autor revela el proceso de escritura y algunos conceptos sobre la literatura actual y el ejercicio de la profesión de psicólogo.
-¿Cómo nació la idea de la novela?
-Escribí un capítulo que está sobre el final, Prender fuego los manuales. Como psicólogo hacía en su momento visitas a pacientes en hospitales, como el personaje. Me senté en un café y preparé ese texto y en función de eso empecé a trabajar esa historia que después empezó a irse para otros lados, para otras direcciones. En realidad en primer lugar tenía que ver con el laburo del psicólogo en la instituciones y un poco revelar ese otro mundo que mucho no se conoce, se piensa en el psicólogo más del laburo clínico, pero después un poco la historia fue llevando a la biografía de Simón y así empezó.
-¿Es una autobiografía tuya o es autoficción?
-Esto lo trabajé con Luis Mey. El escritor le presta al narrador algunos elementos de su historia pero después la historia de Simón es otra, no tiene nada que ver conmigo.
Pero sí es cierto que hay algunos capítulos donde el autor le dona al narrador en algunas experiencias, por ejemplo, ese capítulo inicial.
-Últimamente se están editando muchas novelas de este estilo.
-Sí, lo que se llama literatura del yo, está como toda esta discusión de autoficción y literatura del yo, hay mucho de esto.
-¿Vos creés que se está dando un género específico con un lector promedio, de nicho, o que es una cuestión circunstancial? ¿Pensaste en esto cuando escribiste el libro?
-Uno escribe lo que puede, lo que quiere vendrá después.
En realidad entiendo que es una época donde hay mucha autoficción. Emmanuel Carrere es autoficción. Es cierto que la autoficción tiene un despliegue a nivel global, no solo acá y ha encontrado muchos lectores y me parece que hay algo ahí en el límite entre la ficción y la realidad, entre el elemento del yo del escritor y en el yo del narrador que es reversible, que no sabés dónde empieza uno y termina el otro. Casciari, por ejemplo, en sus cuentos nunca sabés si eso le pasó o no. Me parece que es un nicho que hoy está funcionando. En mi caso es lo que yo pude escribir por lo menos en esta historia, después escribí otra y después otra donde cada vez quizás me alejo cada vez más del yo escritor.
-Sí, bastante la verdad. La diferencia en “Se espantan los peces” es que el lector quiere llegar al final del arco dramático, a ver qué le pasa al personaje, no siempre pasa con estos libros.
-Es lo que decíamos hace un rato, la diferencia entre la autoficción y la autobiografía. Las vidas de las personas no son entretenidas salvo que seas Messi. Entonces me parece que ahí es donde el ejercicio literario permite la ficción, la fantasía, la imaginación, generar un arco narrativo que sea entretenido.
-¿Ves alguna conexión entre esa literatura y las redes sociales?
-Probablemente la haya, no la tengo muy en claro pero posiblemente la haya. Entiendo que las redes tienen esto del yo como espectáculo, de la “extimidad” de la que habla Paula Sibilia, donde todo se muestra. Probablemente la literatura no haya escapado de eso. No lo veo tanto por esta cuestión de querer mostrar la vida, sino porque también sirve como recurso narrativo, es más fácil arrancar desde lo conocido a lo desconocido que al revés. Como ejercicio literario, de hecho mi novela empieza así, yo escribo algunos capítulos con Luis Mey, que me los hace trabajar y ahí después fue apareciendo algo que ni yo sabía que iba a contar, el mismo personaje fue pidiendo o fue contando esos capítulos. Volviendo a la pregunta, probablemente haya algo de esa vidriera a la cual la literatura no haya escapado.
-La novela es un canto a la amistad. Eso no creo que sea invención…
-Eso apareció. Si vos pensás en el capítulo que dispara la novela lo fue necesitando contar Simón, en todo caso yo le presté a Simón algunas cuestiones de mi biografía que me parecía que podían armar ese arco narrativo. De hecho nunca busqué que sea una novela sobre la amistad, que es lo que termina de alguna forma apareciendo en varias capas.
-Buscado o no es lo que es. Por lo menos como yo la leí.
-Es que la editora me dijo lo mismo. Yo se la mandé a la editorial y estaba esperando la devolución con bastante miedo por si le iba a gustar o no, y a ella no solo le encantó sino que me dijo esto que vos decís, que yo no había registrado tanto. Fue la mirada del lector la que le termina dando ese sentido a la historia.
-¿Qué pasa con esos amigos de la infancia, es la mejor amistad?
-Está la cita de Stephen King en una parte de la novela. Pero revisando un poco, también hay una amistad que es hacia adelante. No toda amistad es para atrás. Cuando llegué a Buenos Aires tenía amigos que eran de mi pueblo y ahora tengo amigos que son de acá. Muchos que no son escritores, por suerte, que les gusta comer asado, hablar de fútbol, emborracharse y he generado una geografía amistosa, he encontrado lugares hospitalarios acá. Entiendo que hay algo que la amistad de la infancia y adolescencia tienen, esto quizás viene un poco con el oficio de psicólogo, que acompaña la formación de nuestra subjetividad. Hay algo de nuestro yo que está armado y constituido en función de todos esos otros que nos acompañaron mientras crecíamos. Entonces es muy probable que cuando llegue a decir quién soy yo, diga que yo soy también todos esos que pasaron por mí desde que soy chico hasta que me volví adulto.
-¿Cuál es ese símbolo que hay detrás del hecho de que Simón no puede llorar y que en vez de eso transpira?
-Te puedo decir dos. Una es el recurso del tipo que no puede decir, que no puede hablar, ni siquiera puede llorar, de alguna forma somatiza, transpira. Pero esa anécdota, ese recurso que yo lo sumé al protagonista porque no estaba, fue comiendo un asado con amigos que salió.
Una anécdota de un amigo: “Fui con una piba al cine y la peli era de amor y yo tuve ganas de llorar toda la peli, pero no quería llorar adelante de ella, así que salí todo chivado con toda la espalda mojada”. Cuando me dijo eso yo dije listo, acá tengo este cruce entre la ficción y la realidad, acá tengo esto, transpira. Bueno, se lo sumé a Simón. Esto sí fue una búsqueda más literaria, del tipo que no puede, hay algo que Simón -sacando el hecho de ir a ver a los pibes a los hospitales-, no puede, no puede hablar, no puede llorar, puede escabiar e ir a ver a los pacientes. Me gustaba esa somatización que nosotros llamamos más como vida operativa, donde no hay una relación entre lo que uno hace y lo que uno siente, eso tiene que ver con el estado anímico.
-Con el aditivo de que el personaje es psicólogo.
-Ahí sí, en las otras novelas que estoy trabajando me gusta abrir y pensar otros lugares, no solo del ejercicio del oficio del psicólogo, sino también desromantizarlo un poco, sacarle esa idea que se ha instalado y quizás ahí volvemos a las redes sociales, esta idea del psicólogo que sabe, la moralización del psicólogo.
-El psicólogo omnipotente.
-Claro, casi cura, casi pastores parecen, predicando cómo hay que vivir. Me gustaba esta idea de que también hay psicólogos que la pasan como el culo, que no llegan a fin de mes o que tienen ansiedad o alcoholismo. Me gusta desromantizar esa idea moralizante del psicólogo.
-También llama la atención que él, siendo psicólogo y ejerciendo, no se analiza.
-No, y de hecho sentí que quizás si se analizaba no le habría pasado todo lo que le pasó. Está también eso de que no puede, el tipo no puede ni siquiera el análisis. Ni se me cruzó como posibilidad que Simón asistiera a terapia, pedir ayuda, porque el tipo tampoco puede pedir ayuda.
-En cuanto al personaje, cuando se le cierra un ciclo se le abre otro, como cuando se separa y conoce a otra chica.
-En ese caso pensé en un movimiento que me parecía que narrativamente había que sacarlo de ese lugar, en algún momento el tipo tiene que empezar algo.
-La agilidad de la lectura contrasta mucho con la atmósfera tan pesada de los hechos. ¿El narrador está buscando eso?
-Dos cosas creo que pasan ahí: una es el trabajo con Luis Mey, que hace un trabajo como de Bielsa. Cuando vos querés hacer firuletes o pisarla, o enganchar y hacer una de más, te la corta. Te dice “corré por la banda y tirá el centro y que cabeceen”. Y después sí algo que es más mío, tuve la intención de equilibrarla con el humor, porque si bien entendía que era una novela con territorios complejos, dramáticos, dolorosos, yo pienso que el humor siempre sirve para aliviar el sufrimiento, es una de las formas más sublimes de la inteligencia. Me parecía también que la novela debía tener escenas que lo saquen de ese lugar pesado. El humor me parece que tiene que estar siempre, por ejemplo Soriano, él siempre te hacía reír, o Cortázar. No me gusta el golpe bajo por el golpe bajo mismo.
-¿Qué opinás de la literatura actual? ¿Para dónde va?
-Que están pasando muy buenas cosas. Se están escribiendo cosas muy interesantes y a la vez me parece que estamos en un momento de ser políticamente correctos, esto de cierta agenda que marca sobre qué hay que escribir, sobre qué no se puede escribir.
-La cultura de la cancelación que lleva autocancelarse al autor.
-Exactamente. Como una especie de policía, los lectores de sensibilidad que tienen las editoriales. No se podría escribir Lolita, ni Crimen y castigo. Entonces me parece que hay un exceso de cierta policía literaria que se está poniendo pesada. Yo entiendo que es un momento de deconstruirse, de revisar, pero bueno, es escritura, es arte, si no nos quedamos sin imaginación, nos morimos de literalidad.
-Algo similar a lo que pasaba en los 70, cuando se hablaba del compromiso político del escritor y el arte comprometido.
-Claro, y esto no quiere decir que el arte no converse con lo político, con lo ético o con lo que esté sucediendo, el tema es que si solo se tiene que escribir sobre eso o no, que algo se imponga como la única forma y el único contenido válido y todo lo demás es expulsado, cancelado o censurado.